Pedro León Zapata: El absurdo es la norma
El legendario caricaturista venezolano Pedro León Zapata, un imprescindible en el libro La risa se desnuda, de Cástor E. Carmona
Resulta absolutamente indispensable aceptar el desafío de un letal desayuno con cruasán, caraotas y café con leche, si de ello depende la presencia de quien quizá sea el más genial humorista venezolano.
Ya a los 15 años de edad, Pedro León Zapata (Táchira, 1929 – Caracas 2015) publicaba su primera caricatura en el periódico mural República de Chile, para luego promover varias publicaciones humorísticas, entre las cuales se cuentan Una señora en apuros, El fósforo, La hallaca nfurecida, Cascabel, La Pava Macha, El Infarto, La Sapara Panda, El Imbécil, Coromotico, El Sádico Ilustrado, y otras igual de espléndidas que lo acreditan como uno de los caricaturistas más respetados del continente.
Un recurso es una constante en su elocuencia: la frase y el gesto inesperados, la respuesta imprevista que desarticula los patrones del diálogo convencional, un constante fluir de ideas brillantes y aparentemente arbitrarias. Es su manera de revelarnos que el absurdo es el único procedimiento para explicar este mundo cabeza de chorlito.
Titular del récord nacional de asistencia pública a una exposición en la oportunidad cuando el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber se abrió enteramente para él con Todo el Museo para Zapata, este modesto profesor de dibujo de la Facultad de Arquitectura de la UCV creó la Cátedra Libre de Humorismo Aquiles Nazoa, Premio Nacional de Periodismo 1967, mención Caricaturas; Premio Nacional de Artes Plásticas 1981, y quien cediera su nombre y apellido al Premio de Literatura Humorística de la UCV.
No satisfecho aun, Zapata continúa deslumbrándonos con esa diaria reunión de trazos invaluables apellidado Zapatazos, aparecida en el diario El Nacional desde mediados de la década de los sesenta… razones sobran para traerlo a estas páginas, a pesar de la inhumana condición por él impuesta: arriesgarse a un desayuno letal cuyas repercusiones seguirán resonando hasta el resto de mis días.
— En una oportunidad comentó que era posible hambre sin humorismo, pero no humorismo sin hambre. ¿Ha pasado hambre Zapata?
— He sido tan distraído que si alguna vez pasé hambre, no me di cuenta de ello.
— Si careciera de esa genialidad para comunicarse y pintar, ¿de qué otra manera le hubiese gustado expresar sus ideas?
— El humor no es una cualidad o condición voluntaria. Es un asunto inevitable. Me refiero a los humoristas que no pueden impedir ser lo que son. Quizá ambicionan comportarse como otros individuos que extraen grandes beneficios de su personalidad, pero el humorista es tal en el momento menos adecuado, de modo que nunca consigue nada.
El humorista es un tipo desamparado: el único apoyo con el que podría contar, que es él mismo, lleva adentro ese demonio que lo obliga a decir lo inconveniente en el momento menos conveniente.
Si aceptamos la definición tradicional de que el humorismo y la gracia van más o menos juntas, concluimos que no es el propósito del humorista ser gracioso. Simplemente es como es. Cuando me preguntas de cuál otro modo me hubiese querido expresar si no lo hago humorísticamente, te respondo que yo no me encuentro enterado de que me manifiesto así. Yo hablo con la mayor seriedad del mundo, pero me sale lo que oyes. No tengo la culpa de ello.
— ¿Le ha traído inconvenientes ese demonio que dice llevar dentro?
— No inconvenientes políticos porque en la condición del político está el ser tolerante. Puede ser que los policías o los ejecutivos no sean tolerantes, pero los políticos son tolerantes; y a veces no sé si es por brutos o porque se las echan de brutos y, en el fondo, son muy pero muy inteligentes.
El hecho es que algunas cosas que uno dice, habladas o dibujadas, y que buscan una intención crítica, los políticos las toman como si fueran un elogio y hasta lo llaman a uno por teléfono para celebrarlo y todo. Entonces no se sabe si uno se burla de ellos basándose en que por allí hay gente que dice que uno es humorista, o si son los políticos quienes realmente se burlan de uno, y son ellos los verdaderos humoristas.
— Aunque debió de haber una primera vez que sintió ser humorista.
— Yo no me llamaría humorista a mí mismo, nunca lo haría, si es que un humorista puede llamarse de algún modo. Sin embargo, cuando me dicen humorista, yo bajo la cabeza humildemente y acepto que me digan cosa tan elogiosa.
En cualquier caso, los humoristas son generalmente un fraude: casi todo el día andan con una gran seriedad. Algunos hasta pueden hacerte llorar. Hay humoristas que, al verlos, uno cruza a la otra acera porque son realmente insoportables y cuando todo el mundo está esperando que digan cosas graciosísimas, empiezan a hablarle a la gente absolutamente en serio.
— Y el hecho de que Zapata sea, además de humorista, profesor universitario, galardonado continuamente, un reconocido artista plástico… ¿no lo obligan a recurrir de vez en cuando a la seriedad tradicional?
— Cuando me preguntan cosas relacionadas con el mundo de las artes plásticas, respondo y, en lugar de terminar mi explicación en el tono en que lo haría un pintor normal, salgo con cosas que le producen a quienes me escuchan reacciones diferentes a las que producen los pintores normales.
No me lo propongo; quisiera que me vieran como pintor, pero es que tampoco yo me muestro como pintor, entre otras cosas porque considero que los pintores son muy fastidiosos. Me daría un dolor muy grande que me presente ante los demás como pintor, y que los demás se duerman escuchándome hablar.
— Para Pedro León Zapata, ¿el academicismo podría ser tomado entonces como un antónimo del buen humor?
— Ni tanto. Mira, me resulta insólito que a Camilo José Cela le hayan otorgado el Premio Nobel cuando él se ha encargado de representar en sus textos la vulgaridad, la grosería, la mala palabra; y sin embargo no solo le dieron el Nobel sino que antes ya integraba la Real Academia de la Lengua.
Pero resulta que los académicos han llegado a un grado tal de liberalismo, del sentido del humor, que se permiten premiar con el Nobel y dar un sillón en la Academia a un hombre como Cela. Se debe tener el suficiente sentido del humor para entender que ese humor es creación, invención trascendente digna de tomarse en cuenta por superar el escrúpulo que tradicionalmente existe en lo que respecta a las llamadas malas palabras.
El absurdo es la norma
— ¿Existen lineamientos para otorgarles a un acto u objeto la categoría de humorístico?
— Si hubiera lineamientos, ya no sería humor. El humor es inteligencia, calistenia de la imaginación, y esa falta de lineamientos es característica de lo puramente inteligente. Es, en esencia, improvisación, sorpresa que surge cuando menos la esperamos.
Una de las cosas que repite la gente con relación a esas personas con fama de graciosas, es que siempre ofrecen la observación oportuna, y resulta que yo, por mi parte, y en esto puedo estar equivocado, pienso que el humor no es de oportunos sino de inoportunos. De lo contrario, no vale la pena abrir la boca. ¿Para qué? ¿Para decir lo que se espera que uno diga, que es general y aburridamente lo oportuno? Bueno es expresar lo inesperado, lo que molesta.
El humorista se caracteriza, no por su sentido del buen humor, sino del mal humor.
La primera vez que vi La cantante calva me pregunté qué era lo que le veía la gente de absurdo a esa obra que a mí me parecía perfectamente normal. En esa pieza, entre otras cosas, una de las actitudes humanas más destacada es hablar una cosa mientras la otra persona responde algo diferente. Así somos.
La gente nunca responde sobre lo que se le está hablando, sino cosas escasamente relacionadas con el tema, es decir, el absurdo es la norma, no es una abstracción de la vida, sino la vida. Por ello el teatro del absurdo es teatro realista; en términos plásticos, un teatro figurativo. Cuando uno actúa de esa manera, no lo hace conscientemente, sino porque se es así.
Lee el texto completo y muchas entrevistas más con reconocidos humoristas de la prensa venezolana, en mi libro La risa se desnuda, disponible en versión papel y digital.
Periodista egresado de la Universidad del Zulia (LUZ) y comunicador visual. Diplomado en Marketing de Empresas por la Universidad Central de Venezuela. Gerente de Escarpia Producciones y creador de miinfoproducto.com. Autor de los libros La risa se desnuda, Crónicas de lo crónico, El Manual de la Malicia.