Salvador Garmendia: No hay tabú para el humor

Entrevista con el escritor y guionista venezolano Salvador Garmendia, parte de los entrevistados en el libro La risa se desnuda, de Cástor E. Carmona.

— ¿Un güisquicito? —ofrece Salvador Garmendia. Tumbado sobre el sofá de su apartamento en Altos de Sebucán, Caracas, el autor de Los pequeños seres, Los habitantes, Día de Ceniza, Memorias de Altagracia, es el mejor ejemplo de una frase del escritor Luis Brito García: «Cuando un género llega a su madurez, deviene inevitablemente humor».

Para muchos resultará injustificada la presencia de Garmendia (Barquisimeto, 1928 – Caracas, 2001) dentro de estas páginas, pero un par de argumentos anula toda duda al respecto: su literatura se encuentra salpicada de las corrosivas bifurcaciones del humorismo —recurrencia al absurdo, a la ironía y la sátira inmisericordes—; ha publicado en las más importantes publicaciones humorísticas del país —basta citar el caso nada cándido de El Sádico Ilustrado— así como en las páginas de opinión de la prensa.

Siempre sacrílego, Garmendia abrió en el humorismo venezolano las compuertas por donde se coló lo sublime cotidiano y las pudibundeces de la clase media, lo escatológico visto en toda su grafía.
En su ensayo testimonial La aventura de narrar, nuestro Premio de Literatura Juan Rulfo 1988 y Premio Nacional de Literatura 1978, afirma: «Llega un momento (ciertos accesos de idiotismo y baboserías nacionales) en que la obscenidad temida, la irreverencia o la procacidad, llegan a ser la única fuente de poder que es capaz de restituir al lenguaje su vigor primitivo (…).

Salvador Garmendia: No hay tabú para el humor

El miedo al humorismo, el pavor a lo cómico, son uno de esos terrores de beata que persiguen a la literatura venezolana y latinoamericana más allá de sí misma. El humor es una virtud esquiva del lenguaje que asoma solo un ojo por una rendija, un envite de la inteligencia, que en un instante puede dejarnos sin cartas en la mano. El mensaje corre como un hilo que va directamente a los sentidos y se extiende como un entramado invisible por debajo de la piel. Puede ser que la razón escape por un brote de hilaridad, pero al mismo tiempo se vale de toda clase de escamoteos para disimular sus verdaderas intenciones».

— En La aventura de narrar, especie de texto testimonial de su vida literaria, le otorga un sitio privilegiado al humor. Allí apunta que este siempre le ha generado cierto escozor a los escritores latinoamericanos, a pesar de valiosos antecedentes en nuestra lengua, como Cervantes y Quevedo.
— Haz mencionado el punto primordial dentro de la literatura hispanoamericana toda. Su inicio, y en general el inicio de la literatura en español, es justamente una obra de humor, El Quijote de la Mancha, texto indicativo de cómo el humor puede ser profundo y universal. El problema con la literatura latinoamericana y el mal humor de la mayoría de sus novelas es más que todo un asunto político: la novela latinoamericana ha sido una novela de tesis sociológica, una novela que ha puesto en primer plano los problemas sociales del mundo.
— ¿El realismo socialista?
— Dentro de lo que luego se llamó realismo socialista. Esa novela tenía la mirada puesta sobre la realidad social para criticarla, censurarla, ponerla de manifiesto; una novela que pedía soluciones a los problemas, y por ello permanecía con la cara amarrada y el gesto duro. En la medida en que eso ha ido quizá no desapareciendo pero sí matizando o diversificando, la literatura ha encontrado el humor. Uno de los primeros humoristas del idioma castellano es Jorge Luis Borges, con un sentido del humor muy británico, sutil, refinado y presente en toda su obra, pero de manera soterrada, en segundo plano, sin dejarse asomar demasiado.

Con Borges nunca habrá una carcajada. Él nos acerca apenas hacia la sonrisa. Pero allí hay humor.

— Esa actitud amarrada de la literatura latinoamericana tiene una excelente excepción en Alfredo Bryce Echenique, en quien el humor es un elemento fundamental.
— Bryce es un humorista estupendo, de gran soltura y fluidez, narra siempre con un sentido, más que de humor, de chiste, de risa, autor de capítulos absolutamente disparatados, graciosos, simpáticos, y eso lo convierte en un escritor notable.
Es culpa de los escritores haber desdeñado el humor, el haberlo puesto en un sitio inferior. Un escritor no quiere ser tildado de humorista porque un humorista supone ser una persona situada en un segundo plano dentro de la literatura, lo cual no es cierto.

Ese miedo a sentirse disminuido ha incitado a que el escritor evada el humor, se lo sacuda.

— Aquiles Nazoa fue nuestra mejor excepción.
— Aquiles cultivó el humor de cara descubierta al tiempo que era un excelente poeta. Hemos tenido otros, como Job Pim, Francisco Pimentel, uno de los humoristas más notables de principios de siglo, Leoncio Martínez en Fantoches, así como publicaciones humorísticas muy buenas, como El Morrocoy Azul, y escritores como Isaac Pardo con libros tan importantes como una historia de las utopías, pero que también cede un estupendo espacio para el humor.

Para muchos es avergonzante


— Es en El Sádico Ilustrado, a finales de los setenta, luego de haberse consolidado como escritor, cuando Salvador Garmendia inicia una incursión abierta en el humorismo. ¿Por qué el descubrimiento tardío?
— Por lo que apuntaba anteriormente: desdén por el humorismo. Yo, en el fondo, también pensaba, aunque no lo declaraba públicamente, que el humorista era un artista de segunda o tercera. Veía en él una facultad especial, una cosa difusa que recibía el escritor y le permitía ser humorista. Pensaba que yo carecía de esa facultad y hasta me complacía de no tenerla porque esa preferible ser un escritor serio.
Hoy sé que eso no es así y fue Pedro León Zapata, el caso de un extraordinario humorista además de un gran dibujante, quien no se limitó a llamar a los humoristas conocidos, sino que convocó a escritores que anteriormente jamás habían hecho nada de humor y nos instó a probar suerte en esta área. En efecto, dio resultado. El Sádico… fue una publicación excelente.
— Muchos apuntan que la costumbre de firmar con seudónimos se debe también a ese temor a ser calificados como pensadores de segunda.
— Para ocultarse, por vergüenza. Para muchos el humor es vergonzoso, de allí el no quiero que sepan que yo hago reír y la cara de piedra de nuestros escritores. Una cara para meter miedo, dura. Si examinamos las fotografías familiares del siglo pasado hasta principios de este, notamos que nadie ríe. Todo el mundo en la fotografía está serio porque, se creía, la risa era un invento diabólico, cuando en verdad la risa es una facultad exclusivamente humana que no posee ningún otro animal.
Como la risa era denominada malvada, perversa, cuando uno se burla y se ríe de otro, ese escarnio de una cosa, la ironía, se tomó como cosa demoníaca y de allí las fotografías serias de los hombres del siglo pasado. Acá el primer presidente de Venezuela que llegó a reír fue el General Medina, pero si buscamos toda la iconografía de los presidentes de Venezuela anteriores a él, encontraremos que todos mantienen cara de piedra. Gómez no se reía sino en su casa y delante de los íntimos, y en las mujeres la risa era impalpable, como la de la Mona Lisa.
— ¿Cree que los poderosos carecen de humor, que quienes manejan la sartén del mundo están privados de humor, lo que ha traído como consecuencia esa burla vengativa común entre los indefensos, para quienes la risa es apenas consuelo o una vía de escape?
— Lo que sucede es que nuestro humor es urbano, no es un humor campesino.

El campesino no suele tener una vena humorística visible; en cambio, en la calle el humor florece silvestremente, todos los días se inventan cosas y el lenguaje mismo se encuentra embarazado de notas humorísticas.

Justamente, cuando Caracas crece como ciudad, el humor callejero se fertiliza con una impetuosidad tremenda. Lo mismo Maracaibo, ciudad dueña de un argot que en nada se parece al de las demás ciudades del país. Yo conocí bien Maracaibo porque viví allí en los años cincuenta, cuando solo existía un par de avenidas y unos cuantos edificios.
Uno se situaba estratégicamente en una esquina a observar a la gente del mercado y eso era más placentero que cualquier programa de radio o televisión: humoristas callejeros, aquellos dos famosos Roñoquero y Mamblea, personajes reales cuyo oficio fue inventar chistes, encontrarse y decirse cosas graciosas. Aunque eso, últimamente, ha cambiado mucho.
— Pudo conocer esas dos caras del humor, en su pueblo natal, Barquisimeto, y luego el brusco encuentro con la ciudad, Caracas, lo que empalma vivencialmente las dos vertientes de su literatura.
— Llegar a Caracas con apenas veinte años significó un cambio tan fuerte que me vi en la necesidad de situar allí mis novelas y personajes. El mundo de mi infancia en Barquisimeto retrocedió, se quedó al fondo, clausurado, en depósito. Pensaba que lo que había que escribir era eso que pasaba entonces: la transformación de Caracas, que comenzó en los años cincuenta sin ningún orden o planificación.
Pérez Jiménez construía una nueva avenida todos los días, caían los edificios como barajitas. Fue el momento de la inmigración, cuando llegaron miles de italianos y portugueses a Caracas para modificarle su fisonomía con pastelerías y fuentes de soda con mesas en las calles y mesoneros revoloteando de aquí para allá.

En franca decadencia

— Hay tesis que critican la profundidad del humorismo. Pío Baroja señaló en su texto La caverna del humorismo que los saineteros españoles, pese a sus muchos chistes e invenciones humorísticas, carecían de una espiritualidad aguda.
— El humor presenta espectros muy variados, ricos en matices y manifestaciones. El humor es también una manera de esquivar el miedo: muchas veces nos reímos para escapar de una situación que nos causa pánico. A mitad de una película de suspenso alguien arranca un grito en la oscuridad y solemos reír para disolver la angustia. ¡Hay tantos chistes de muerte! Ridiculizar la muerte es otra forma de ocultar el pánico que ella nos produce. El humor también sirve para eso, para ahuyentar fantasmas.
El humorismo puede ser también un espectáculo para hacer reír, en el teatro o en el cine, y no solo en la relación humana normal. El humorista es generalmente cruel, y para que sea verdaderamente humor, tiene que ser definitivo, total, no puede tener zonas reservadas. Debemos burlarnos de todo pues si no obramos de esa manera, no somos humoristas. Por eso los ingleses son grandes humoristas: empiezan riéndose de sí mismos, para luego reírse de Dios, de la muerte, de cuanto existe… pero, sobre todo, de la Reina. A pesar de Cervantes, los españoles son malos humoristas porque toleran hasta cierto punto, elaboran chistes de toda especie, menos de la Virgen María y de mamá. Ya fracasaste pues tienes que reírte completamente de todo, cuestionar todo. El humor cuestiona todo. No hay temas tabú para el humor.
— El humor local ha mantenido continuas luchas contra dirigentes políticos, hasta hacerse monotemático, olvidando beber de otras fuentes. ¿Esas zonas reservadas ha sido uno de los mayores defectos del humorismo venezolano?
— Durante el siglo pasado el humor venezolano se caracterizó por ser un humor de izquierda. La izquierda es la que ha publicado los mejores periódicos humorísticos del país, y se reservan zonas para ridiculizar y reír, y otras zonas que son intocables. En los tiempos de El Morrocoy Azul nadie se hubiera atrevido a hacer una broma sobre la Unión Soviética ni allí valían los chistes contra Stalin. Jamás. Casi todos sus redactores pertenecían al Partido Comunista y la publicación era asumida como un periódico de izquierda. Se ridiculizaba a los personajes de la derecha, al acaparador, al agiotista, al explotador, al camaleón político, pero hasta allí.
— Poseían sus tipos.
— Sí, no variaban un patrón que se ha seguido reproduciendo hasta hoy en todos los periódicos humorísticos. En este momento el humor en Venezuela se encuentra en franca decadencia, si comparamos El Camaleón, encartado de El Nacional, con El Sádico Ilustrado, nos encontramos con unas diferencias del cielo a la tierra. Actualmente reina la ordinariez absoluta, la vulgaridad total y la carencia completa de humor: hay periódicos que algunos llaman humorísticos solo porque les han puesto ese título. Yo jamás pude ni siquiera sonreír con El Camaleón. Allí lo que persistía era el chiste de botiquín que, en lo particular, a mí no me causa gracia por ser un humor bajo, ruin, miserable, con cara fea. Es lamentable que el humorismo venezolano dentro del periodismo, que fue muy bueno, haya caído dentro de un foso oscuro.
— ¿Cuáles podrían ser las causas de esa caída?
— Falta de talento. No hay otra explicación. Aun cuando El Camaleón tuviese unos intereses políticos muy específicos, si hubiese talento allí, sería la mejor de las publicaciones humorísticas. Pero no había talento.

No somos particulares


— En los primeros salones de humor organizados en el país los requisitos morales eran demasiado estrictos; hoy parece existir mayor libertad en ese sentido.
— El humorismo venezolano fue sumamente pacato, y se conservó así hasta hace poco. ¡Cómo podría concebirse en el periódico una grosería o una mala palabra! Algo imposible, de ninguna manera. Imperaba una gran rigidez así como una moralina tonta, pacata, que se reflejaba en todo el periódico, y eso le daba al periodismo una enorme simpleza.
Esos obstáculos se han desplomado y ahora la gente es más franca, más libre, nadie se alarma por tonterías. Aunque eso no ha favorecido al humor, no sé precisamente por qué, pero en general se nota una crisis de talento.

La risa se desnuda humorista

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Castor Carmona Editor Mi Infoproducto

Periodista egresado de la Universidad del Zulia (LUZ) y comunicador visual. Diplomado en Marketing de Empresas por la Universidad Central de Venezuela. Gerente de Escarpia Producciones y creador de miinfoproducto.com. Autor de los libros La risa se desnuda, Crónicas de lo crónico, El Manual de la Malicia.

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