Rubén Monasterios: Aquí no pasa nada

Entrevista con el escritor y crítico de teatro Rubén Monasterios, parte de los personajes del libro La risa se desnuda, de Cástor E. Carmona

Encoge sus hombros con resignación, quizá hasta con vergüenza, pero el planteamiento enciende un brillo en la mirada de Rubén Monasterios (Lara, 1938): «La gente ya me etiquetó de erotólogo y me acosa siempre con consultas sobre sexo, sexo y más sexo…», dice quien disfruta de la picardía de saberse un gurú de la carantoña carnal.
Ese gusto suyo por levantarle las faldas a la mojigatería hizo temprana aparición y, siendo apenas un joven salido de la Marina, se rebuscó la vida vendiendo ilustraciones de los cuentos Disney pero de acuerdo a su muy particularísima versión: los siete enanitos no se daban abasto para satisfacer las demandas libertinas de Blancanieves, o la Caperuza Roja se sentía muy insatisfecha ante la eyaculación precoz del lobo feroz.
De joven firma textos e historietas en la publicación Joven Guardia, hasta que el poeta, ideólogo y su amigo de juerga Ludovico Silva le pide, en 1959, asumir abiertamente la prosa humorística. De allí pasa al impreso Dominguito y luego publica su columna Filosofía para vagabundos, en el diario Clarín.
Si algo lo distingue desde entonces es su coherencia temática, ese apasionamiento por denunciar a través de la sonrisa, las necesidades de la caricia.

Ruben Monasterios


— A Rubén Monasterios se le ve muy cómodo manejando esa explosiva mezcla de humor y erotismo.
— El humorismo, además de estar presente en todos los campos de la vida, es un género literario que en ocasiones se nutre del erotismo al igual que de la tragedia o de la política. En este caso, yo me jacto de haber llenado un vacío al introducir en los periódicos la presencia de la crónica erótica con grandes elementos del humor: no hay una sola obra mía que no esté rozada por su toque, ya sea explícitamente o matizado.
No busco ni quiero escribir con el característico lenguaje académico, sino con libertad y humor. Me califico principalmente de humorista aunque la gente me etiquete de erotólogo y de lo que más se me consulte sea sobre sexo, sexo y más sexo.
— Algunas mujeres se le acercarán, no tanto para enterarse de sus teorías sobre el sexo, sino para ponerlas en práctica…
— Este asunto me ha convertido en una presa deseable.
— ¿Cuáles han sido los momentos de la historia y el arte cuando se cruzan genialmente erotismo y humorismo?
— La gente desconoce que la literatura y la pintura erótica y pornohumorística tienen una larga tradición y que grandes talentos, aunque de forma oculta, se han consagrado a ellas. Las comedias de Aristófanes, por ejemplo, son una de las aleaciones más brillantes jamás escritas de sexo, erotismo, política y humor, unas vainas que acá se desconocen porque los traductores occidentales sirvieron de censuradores. Luego, en la época de la Ilustración, hubo una enorme cantidad de teatro pornohumorístico, también Voltaire, La Fontaine, Diderot. En la plástica, podría citarte a Picasso, al Rembrandt de tono erótico que circuló clandestinamente.
— Ni de lejos pensar que Venezuela haya cultivado una tendencia semejante.
— Aquí siempre hubo barreras contra el erotismo. La alta literatura venezolana lo manifiesta escasamente, es apenas insinuado. A la Doña Bárbara, de Gallegos, sabemos que la violaron, pero el hecho nunca es descrito.
— ¿A qué se debe ese puritanismo?
— De la época de la Conquista proviene la doble moral burguesa que permitía hacer lo que se quisiera pero que nadie fuera de la habitación se enterara de ello. Posteriormente, la Iglesia ejerce una gran presión y en nuestra historia hasta tenemos obispos que prohibían a los hombres llevar la camisa desabotonada. Eso fue originando un sentido puritano de la moral y, aún hoy, en una conferencia donde uno se refiera explícitamente a lo sexual, el auditorio se ruboriza y algunos hasta se levantan para irse. Por esto a mí hasta me han corrido de fiestas.
— ¿En cuál estrato social uno ve más pendejadas como esas?
— La clase media es la más hipócrita, cerrada, y conservadora de los valores tradicionales. La clase alta es más liberal, tira como le da la gana aunque formalmente se sume a los postulados de la clase media.
— Muchos humoristas no escaparon de esa hipocresía.
— En la tercera época de Fantoches, ya en su decadencia, aparecían ciertos chistes pornográficos, aunque de mala calidad. De resto, aparte de algunas vainas anónimas, no he encontrado grandes cosas en este sentido.
— ¿Cuáles serían los motivos que luego propiciarían en el país una cierta apertura?
— A lo largo de la historia, el hombre no ha tenido un periodo de libertad sexual mayor de treinta años. Por ejemplo, a finales de la década de los cincuenta coinciden el descubrimiento de la píldora anticonceptiva con el hallazgo de las penicilinas y los antibióticos como paliativos de las enfermedades venéreas, lo que generó una gran libertad que, exactamente tres décadas después, se vería limitada por la aparición del Sida.

En mi caso y como todos los de mi generación, de niño sufrí una gran represión en este campo ante la falta de textos sobre sexo y una inmensa prohibición para preguntar, decir, tirar. No obstante, durante el lapso citado, siendo ya un hombre maduro, tiré más que en toda mi vida anterior.
Los factores que determinan la escalada erótica de los sesenta fueron, en lo sociopolítico, la desesperanza de la Segunda Guerra Mundial, que da pie a la filosofía de la instantaneidad; y, en el ámbito científico, la píldora y los antibióticos. Ante la conjunción de estos factores, se comienza a echarle bolas a la vida. Venezuela tampoco se quedó al margen de la escalada erótica proveniente del destape español.
— ¿Cuándo se evidencia en el humorismo esa mayor soltura ante el erotismo?
— Ya Las Celestiales, de Miguel Otero Silva y Pedro León Zapata, aunque firmado anónimamente, abrió una situación a partir de un texto cojonudísimo, casi pornohumorístico. La policía recogió el libro durante el primer gobierno de Rafael Caldera. Luego, El Sádico Ilustrado se diferencia grandemente de anteriores publicaciones humorísticas y le da puerta franca al humor erótico y de gran vuelo.

No es escribir como Kafka

— Casi la totalidad de los humoristas coincide en que el venezolano no posee un tipo de humor característico. ¿Podría decirse lo mismo del erotismo? ¿Practicamos una sexualidad que nos diferencie?
— Con respecto al humor, acá se ha dado más la mamadera de gallo, la guachafita inmediatista, con poco o ningún vuelo intelectual, una cosa barata y no el humor refinado observable en Francia, Italia, Inglaterra, Argentina o el mismo Estados Unidos.

En cuanto al sexo, el venezolano medio practica un erotismo primitivo, poco selectivo, reprimido, pero con una constante ansiedad por cogerse cuanto culo le pase por el frente. Es una especie de donjuanismo que conquista para sentirse satisfecho consigo mismo.

— Esa actitud parece responder a una baja autoestima que necesita ser «levantada» mediante la aceptación de la propuesta sexual.
— Sin descontar la indiferencia por lo propio y la exaltación desmedida y absurda de lo foráneo. A través de toda su historia, el venezolano ha vivido buscando paradigmas externos, mintiéndose a sí mismo con güevonadas como que Stalin era hijo del General Gómez o que en el Vaticano todas las Semanas Santas cantan el Popule Meus, de José Ángel Lamas.
— En una de sus crónicas señala que es a partir del siglo XIX cuando se da en la literatura una división entre la comiquería y el humorismo, visto este como un juego intelectual no necesariamente asociado a la alegría.
— Humor ha existido a lo largo de toda la historia, al igual que la comicidad e, incluso, la síntesis de ambos. En Chaplin, como en Cantinflas, hay elementos de comicidad pero también de humor genuino. Por el contrario, en Kafka no encuentro nada de comicidad sino un humor negro, el más denso y coño de madre que uno pueda imaginar. En las tragedias de Shakespeare, por el contrario, se observa un gran sentido del humor basado hasta en juegos de palabras elementales. Durante el siglo XIX lo que hubo fue una definición de conceptos, comienza a teorizarse sobre el fenómeno.
— En Venezuela poco se cultiva ese humor que menciona como el más denso, el humor negro. Ni imaginar tener a un Bernard Shaw, a un Kafka.
— Ni tenemos por qué tenerlos. Ellos son los paradigmas porque provienen de los países dominantes. No se trata de escribir como Shaw o Kafka, sino como nosotros, con nuestras experiencias en un continente subdesarrollado, latino.

No tenemos un Shaw, pero cuando Otrova Gomas recoge nuestra generación en el libro Fabricantes de sonrisas, reúne allí textos dignos de antologías mundiales.

El reto está en convertir la localidad en universalidad.

Manifestación de malignidad

— En cierta oportunidad dio al personal de Petróleos de Venezuela un curso de humor. ¿Puede este ser enseñado, explicado, aprendido?
— Un curso de humor es imposible, así como la definición del mismo es una incógnita. En última instancia, podría ser concebido como una capacidad natural para tratar la realidad de manera distinta. Desde Mark Twain para acá, se ha dicho que el humorista no tiene que inventar un carajo sino observar la realidad y darle la vuelta de alguna forma. Allí se produce el efecto humorístico, pero diferenciado de la comicidad.
— ¿Y cuál podría ser el propósito de un curso de ese tipo?
— Que la gente goce una bola, se enriquezca culturalmente con una diversidad de referencias, discernir entre humor y comicidad hasta, finalmente, quizá desarrollar habilidades humorísticas.
— A modo de pregunta necia, ¿qué beneficios podría aportarle a una persona desarrollar habilidades humorísticas?
— Los mismos beneficios que se obtendrían a partir de un curso de apreciación musical: mejorar la sensibilidad, relacionarse con el ambiente, abrir perspectivas dentro de la formación cultural porque la cultura no debe ser interpretada como un penoso deber, sino como un gracioso placer mediante la aproximación a la alta cultura de una manera fresca, sin el agobio de los libros ladrillosos.

La risa se desnuda humorista

Lee el texto completo y muchas entrevistas más con reconocidos humoristas de la prensa venezolana, en mi libro La risa se desnuda, disponible en versión papel y digital.

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Castor Carmona Editor Mi Infoproducto

Periodista egresado de la Universidad del Zulia (LUZ) y comunicador visual. Diplomado en Marketing de Empresas por la Universidad Central de Venezuela. Gerente de Escarpia Producciones y creador de miinfoproducto.com. Autor de los libros La risa se desnuda, Crónicas de lo crónico, El Manual de la Malicia.

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