José Ignacio Cabrujas: Humor no es risa

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Quienes beben y conversan en el cafetín del Teatro Teresa Carreño comparten el ritual de suspender brevemente la charla que los ocupa, para dirigir su mirada hacia la mesa donde un señor cita una frase de Bernard Shaw: «El papel de un escritor es pellizcarle el culo a la sociedad lo más frecuentemente posible», parafrasea, a su tercer cigarrillo, José Ignacio Cabrujas (Caracas, 1937 – Porlamar, 1995).
Procedente del teatro, donde desplegó una extensa obra —Juan Francisco de León, Fiesole, Misa, Profundo, Acto cultural, El día que me quieras, Musiú—, es a finales de la década de los setenta cuando Cabrujas, con la aparición de su firma en la publicación humorística El Sádico Ilustrado, incursiona abiertamente en el humorismo, asumiendo como blanco los despropósitos del poder. A partir de sus colaboraciones en distintos periódicos del país, devino en una especie de fenómeno de masas que sumó a sus filas numerosos cabrujeanos.

José Ignacio Cabrujas

Guionista de trece películas y reinventor de la telenovela venezolana, su prosa afilada y de alto vuelo literario ocasionó más de un colapso entre los integrantes de la tribu política nacional, población mencionada en El país según Cabrujas, columna de opinión semanal a la que ningún prevenido deseó ingresar y que aureoló a José Ignacio Cabrujas como el articulista más temido y comentado de la nación. El mismo que ahora enciende un cuarto cigarrillo entre tanto el expresidente de Petróleos de Venezuela, Gustavo Roosen, se asoma a las puertas del cafetín, pasea su mirada, advierte quién se encuentra aquí presente y, por un instante, duda si entrar o no por una taza de café.
— ¿Por qué Cabrujas rechaza definirse como humorista?
— Yo me rechazo como humorista, nunca lo he sido. Hay una tradición en Venezuela de querer que las personas digan constantemente cosas graciosas, y una víctima de ello es Pedro León Zapata. Existe una especie de acuerdo nacional para que Zapata sea todo el tiempo una persona que dice cosas graciosas. Muchas veces lo he visto sufrir cuando le ponen una pregunta y el auditorio espera una respuesta ingeniosa, a semejanza de esos animadores norteamericanos de los que siempre se espera un chiste. Si no lo echa, el público se desencanta. A un señor de esos se le muere la madre y la gente espera que ande bromeando durante el entierro de la tipa. Yo rechazo eso.
— ¿Ese rechazo podría ser parte del temor de ciertos intelectuales de ser catalogados como humoristas, lo que los «rebajaría» a un peldaño inferior?
— Eso depende de si por humorismo entendemos comicidad. La comicidad es una actitud halagadora, y un escritor no es una persona que pueda estar halagando. El escritor tiene que ser un individuo impertinente, desagradable, y mientras más impertinente y desagradable sea, mejor humorista es. En cambio, el cómico siempre debe halagar porque si no el público cancela los boletos de entrada. Que un escritor sea puesto en esa condición de payasada desmedra su obra.
Ahora, los grandes escritores son hombres de humor. Yo conocí a Jorge Luis Borges y descubrí que su conversación era divertidísima, nada grave ni solemne. Borges manejaba un gran sentido del humor, pero no era un payaso. Yo pretendo hacer eso en mi vida: expresarme sintiendo por dentro la necesidad del humor.
En ocasiones puede que me indigne, que pierda el control o algo me saque de quicio, que me torne sentimental o quiera ser melodramático; pero, en todo caso, trato de comentarlo con humor pues, sencillamente, humor no es risa. Eso debemos distinguirlo. El humor no tiene nada que ver con la risa.
— ¿Y con qué tiene que ver?
— Es una actitud para desmantelar un conflicto, una condición antifanática. La persona con sentido del humor carece de fanatismos, ejemplo de ello es que los fundamentalistas no tienen humor.

El humorista depende de su incredulidad, es un sujeto que desafía los protocolos y la solemnidad.

Eso lo convierte en una figura muy importante dentro de una sociedad pues es aquel que no acompaña las mamarrachadas del mundo, los actos de fe, las caras tensas o las miradas de odio.
— Muchos han teorizado que el humorismo es tal o cual cosa, pero hasta ahora no ha sido definido satisfactoriamente.
— La palabra humorismo es un término tramposo que crea un personaje, el humorista, que es siempre una recurrencia venezolana proveniente de una literatura que tuvo como vertiente la denominada humorística. Pero a mí me cuesta mucho trabajo pensar que hay una cosa denominada humorismo así como hay un personaje llamado humorista.
En primer lugar, diría que es una actitud a la que yo relaciono con la inteligencia. Si sometemos a una persona a una prueba de inteligencia, en lugar de realizar esas preguntas tontas de daditos y rellene la figura, yo observaría su grado de humor.
— Llama la atención que sean precisamente los humoristas quienes más se empeñen en vincular el humorismo con la inteligencia…
— Es que una mente primitiva carece de humor. Un microbio es una cosa carente completamente del sentido del humor, un cangrejo tampoco tiene humor, un perro tiene un poco más… A medida que avanza la escala zoológica aparece la cualidad humorística.
— ¿Se puede aprender esa cualidad?
— Nadie puede hacerse humorista, todo hombre tiene un principio de humor en su vida y en la medida que lo desarrolle, en esa misma medida acrecienta su inteligencia, su grado de percepción de las cosas y su objetividad para comprender el mundo.
Aunque el humorista no tiene por qué ser ingenioso ya que el humor no tiene nada que ver con el humorismo como oficio. Me parece absolutamente irracional, casi estúpido, que un hombre diga que su profesión sea la de humorista. ¡Cómo una persona es capaz de afirmar tal barbaridad cuando el humor es una cosa que brota espontáneamente!
El hallazgo de un pensamiento que pueda tener humor no es tan habitual como un oficio. Hay que distinguir: el humor, indiscutiblemente, es una señal de inteligencia; ahora, la comicidad y el ingenio, no. El ingenio es el grado menor de una cualidad intelectual.

Un hombre puede ser ingenioso pero no profundo, denso o inteligente.

En cambio, un hombre profundo y denso puede ser un hombre de humor. Recuerdo haber leído en algún momento en que me importó el tema, los diálogos socráticos escritos por Platón, y de alguna manera allí hay humor. ¡Y se está hablando de la más alta expresión del fenómeno intelectual! Pero están escritos con humor y hasta con cierta picardía. No digamos El Quijote, aunque por haber allí humor no calificaría de humorista a Cervantes. Cervantes es un gran escritor, y por ser un gran escritor hace humor. Solo por eso.
— ¿Es el humor uno de los grandes ausentes en la literatura venezolana?
— Nuestros íconos literarios sufren de una absoluta falta de humor. Rómulo Gallegos, por ejemplo, tiene una carencia inmensa de sentido del humor. Aunque en sus novelas hay gracejos populares puestos en boca de los campesinos, el narrador no tiene el menor sentido del humor. Gallegos nota la chispa del llanero, pero con el ojo distante, desde lo alto, lo mira como el pobre pueblo que hace chistecillos. Hasta patética es la imagen.

Lo que hay es sarcasmo

— A Cabrujas se le conoce como dramaturgo, guionista de cine y televisión, director de teatro, actor, cronista… ¿Hay límites al momento de abordar un género u otro? ¿Piensa en diferentes públicos, varían las inspiraciones?
— No existe desdoblamiento alguno. Claro que es distinto escribir una obra de teatro a escribir un artículo dominical o una novela de televisión, aunque una cosa se contamina mucho con la otra.
— Ramón Escobar Salom ha dicho que la música de las canciones populares venezolanas es alegre, pero la letra es triste, así como gran parte de la iconografía popular muestra mucha melancolía. ¿Contrasta eso con el sentido del humor que muchos atribuyen al venezolano?
— No existe una cultura que no se atribuya la condición de humor. Es lógico porque lo popular y muchos de los conceptos derivados de esta palabra son básicamente expresiones humorísticas.
Normalmente, pensamos que el hombre simple, el iletrado, el inculto que acostumbramos llamar pueblo, detestable palabra proveniente del siglo XIX pero que la seguimos utilizando a falta de otro término más adecuado, lo tendemos a advertir como un hombre risueño, ingenuo, que dice cosas graciosas. El pueblo venezolano no es una excepción en esto: nosotros nos consideramos un pueblo gracioso, al igual que los colombianos o los ecuatorianos se consideran graciosísimos, aunque a nosotros nos parezcan melancólicos.

Los venezolanos nos creemos dueños de un humor particular. Pero no es así.

Los pueblos tienen una noción de sí mismos y acostumbran concretar esa noción en ciertos personajes, actitudes, leyendas y mitos. Como no entendemos nuestra historia, inventamos mitos, que fue lo mismo que les pasó a los griegos, que tampoco conocían su historia, aunque por razones muy distintas.

José Ignacio Cabrujas

¿Cuáles son los mitos del venezolano?
— Aunque yo no crea en algo definitivo que pueda ser denominado «el venezolano», vamos a tomar por esa palabra a las personas que habitamos esta parte del mundo, nos reconocemos como tales, comemos unas comidas similares y reaccionamos ante recuerdos parecidos… bueno, el venezolano ha convertido sus mitos en actos de fe.
Creemos, por ejemplo, que las caraotas tienen hierro. Las caraotas no solo no tienen hierro, sino que poseen una cubierta que aísla y elimina el poquito de hierro que podamos consumir, pero no hay manera de convencer al venezolano de que las caraotas no tienen hierro. Así como creemos en el hierro de las caraotas, creemos que somos un pueblo vivo en el sentido de astutos, de pícaros, dueños de grandes destrezas y habilidades. Hemos asociado la palabra vida, palabra hermosa, y la confundimos con viveza, pensamos que estar vivos es hacer una picardía, decir que una persona es viva o está viva es porque está en algo, está haciendo algo.

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Castor Carmona Editor Mi Infoproducto

Periodista egresado de la Universidad del Zulia (LUZ) y comunicador visual. Diplomado en Marketing de Empresas por la Universidad Central de Venezuela. Gerente de Escarpia Producciones y creador de miinfoproducto.com. Autor de los libros La risa se desnuda, Crónicas de lo crónico, El Manual de la Malicia.

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