Kotepa Delgado: El poder no tiene humor
Entrevista con el legendario articulista y humorista Kotepa Delgado, parte de los entrevistados del libro La risa se desnuda, de Cástor E. Carmona
No hay transeúnte que pase a su lado sin entregarle un atento saludo al señor sentado a las puertas de la pensión Guanchez, ubicación estratégica para saborear por los poros la brisa provenientes de la marina de Macuto, estado Vargas. «Por cosas de salud pasó acá largas temporadas: llevo ya unos treinta años sentándome en este lugar», dice Kotepa Delgado (Lara, 1907 – Caracas, 1998), con la misma entonación que podría uno atribuirle a un viejo guerrero tumbado al sol y concentrado en las razones de por qué perdió alguna remota batalla.
Su reputación como fundador de varias publicaciones humorísticas solo es superada por su inflexible militancia en la izquierda, dentro de cuya historia en Venezuela Kotepa ejerció un desenvolvimiento esencial. Miembro de la llamada Generación del 28 y cofundador, en 1931, del Partido Comunista de Venezuela, su militancia le valió arrestos, vivir en la clandestinidad, trabajos forzados, más dos destierros (Barranquilla, 1934; Bogotá, 1937).
Fundió el humorismo y la política en una misma intención. A los 24 años de edad, en 1931 y tras abandonar sus estudios de Derecho en la Universidad Central de Venezuela -«donde desperdicié cinco años»-, elaboraba su propia columna humorística, Tirabeque y Pelegrín, publicada en el diario El Sol. Dos años después de volver al país tras un último exilio, a inicios de la década de los cuarenta, edita con gran éxito El Morrocoy Azul, con cuyos dividendos apadrinó la fundación del diario Últimas Noticias.
Vendrían luego, en pleno apogeo de la dictadura perezjimenista, las publicaciones El Gavilán Colorado; a las puertas de los sesenta, La Pava Macha, en sociedad con José Vicente Rangel y Luis Miquilena; luego El Infarto y, en el umbral de los setenta, La Sapara Panda y El Imbécil.
A las puertas de la llamada Venezuela saudita, nuestro cronista ingresa, en 1973, a las páginas de El Nacional, donde publicó las columnas semanales ¡Qué tiempos aquellos! y Escribe, que algo queda. Pese a su radicalismo, al guerrero hoy encanecido y tumbado al sol por razones de salud, lo traiciona la coquetería: «Pero no me vayas a preguntar la edad ni intentes tomarme una foto así, tan mal vestido y despeinado como ando últimamente».
El humor es solo un gancho
— Quienes conocen la trayectoria de Kotepa Delgado lo señalan como uno de los humoristas del país que asocia estrechamente el humorismo con la política. Hasta es señalado de recalcitrante y obcecado.
— Para mí el humorismo es el gancho para atrapar al lector. Los artículos humorísticos son más leídos que los llamados serios porque dejan en el espíritu una alegría que no producen los escritos académicos. Cuatro chistes bien puestos son un bálsamo para la existencia.
— ¿Utiliza entonces el humorismo en función de lo político?
— Sí. Lo empleo con la intención de ganar mayor número de lectores. Por eso mis crónicas siempre han sido semihumorísticas y semipolíticas, una fusión de ambas intenciones.
— Con su extenso itinerario dentro de las publicaciones humorísticas del país, ¿cómo evaluaría esta evolución hasta alcanzar lo que se hace hoy?
— En Venezuela el movimiento humorístico fue muy intenso durante el siglo pasado, cuando medio centenar de excelentes humoristas colmaban la escena. Entre ellos destacó Carlos Arvelo, que hasta Presidente Provisional de la República llegó a ser. Durante el siglo XX, la primera publicación que alberga de lleno el humor fue el semanario Fantoches. De amplia difusión y muy querido por el pueblo, antigomecista, aunque no era expresamente humorístico. Cuando muere Gómez, se funda El Morrocoy Azul, el periódico cumbre del humorismo venezolano al mostrar un humor de elevadísima altura.
Entre sus fundadores se encontraban el sociólogo e historiógrafo Carlos Irazábal y yo, luego se incorpora Miguel Otero Silva. Allí colaboraron las principales figuras de la intelectualidad venezolana, Andrés Eloy Blanco, Antonio Arráiz, Isaac Pardo. A diferencia de Fantoches, El Morrocoy… era amigo del gobierno, en su caso, el de Medina Angarita. Tal fue su popularidad que ya antes de cumplir los dos meses de editado tiraba unos 40 000 ejemplares para una población caraqueña de menos de medio millón de habitantes. Un verdadero fenómeno.
— ¿Por qué desaparece entonces?
— Sus fundadores tenían otras obligaciones. Yo debía atender Últimas Noticias; y, en el caso de Miguel Otero, ocurría lo mismo con El Nacional. El periódico fue vendido a Laureano Vallenilla-Lanz Planchart y, desde entonces, comenzó a decrecer hasta extinguirse.
— ¿Estas publicaciones, además de dar cabida al hecho humorístico, perseguían una finalidad?
— Eso depende. En el caso de El Morrocoy, su propósito fue servir de ejemplo de un humorismo literario y de muy buen gusto. Se diferenciaba de otras publicaciones humorísticas políticas, como La Pava Macha, el cual tenía la exclusiva finalidad de atacar el régimen de Rómulo Betancourt. Con un tiraje de 80 000 ejemplares, La Pava llegó a circular más que El Morrocoy Azul.
Defensores de pueblo
— Ese humor se encontraba estrechamente atado a las circunstancias políticas y económicas de entonces. ¿Es esa una convivencia estrictamente necesaria?
— Los grupos dominantes no tienen humor debido a que el humorismo es un arma crítica y los de arriba no son dados a la autocrítica. La tendencia del mundo siempre ha sido la ambición de los pobres por alcanzar las mismas condiciones en que viven los ricos; mientras esta dinámica continúe, ese será el material básico para los humoristas.
Pero no necesariamente el humor debe estar asociado a la cosa partidista. Ejemplo de ello fue Aquiles Nazoa, quien se caracterizó por ser muy poco político, interesado en la cotidianidad del pueblo. En el caso de Job Pim y Leo, cuando le preguntaban sobre cuál era su profesión, contestaban que presos políticos. Pero esta situación se daba por su participación en actividades clandestinas y no por sus escritos y caricaturas humorísticas.
— Como humorista, pero a la vez fundador del partido Comunista en Venezuela, ¿cómo observa actualmente el panorama ideológico?
— Habrá algo que nunca desaparecerá: el concepto de los humoristas como defensores del pueblo. Sería imposible lo contrario, ser enemigo del pueblo, porque, de darse el caso, sería un humor sin gracia, mustio. De allí la razón por la que casi todos los humoristas del país han sido de izquierda.
— ¿Y cómo cree que ha respondido el humorista de la izquierda cubana ante la situación política de la isla?
— Allí ocurre un gran fenómeno y es que el sistema cubano no ha producido grandes humoristas. Hay tipos importantes, como Guillermo Cabrera Infante, en el exilio, y el propio Nicolás Guillén, quien evidenció en sus poemas un alto contenido humorístico. Pero son excepciones.
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Periodista egresado de la Universidad del Zulia (LUZ) y comunicador visual. Diplomado en Marketing de Empresas por la Universidad Central de Venezuela. Gerente de Escarpia Producciones y creador de miinfoproducto.com. Autor de los libros La risa se desnuda, Crónicas de lo crónico, El Manual de la Malicia.